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Si aprendes a estresarte, las cosas te irán mejor

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12 de julio de 2021

Cuando hablamos de estrés nos referimos a la reacción que tiene nuestro organismo ante alguna exigencia interna (estoy preocupado porque tengo un dolor en el pecho que no sé a qué se debe) o externa (mi hijo pequeño acaba de caerse por la escalera y está llorando) que le parezca amenazante. En esta situación movilizamos nuestros recursos fisiológicos y psicológicos para afrontar con garantías dichas demandas.

Así, el estrés implica un aumento del nivel de activación necesario para dar respuesta y rendir según lo requieren las circunstancias. Es, por tanto, una respuesta adaptativa y necesaria.

Una primera conclusión sería que hay que saber estresarse, claro que sí, porque si no, no rindes ni eres productivo. Por ejemplo, estar preocupado por la presentación que tengo que hacer a un cliente hará que la prepare mejor. El miedo a que me roben el coche me llevará a contratar un seguro. Cuando siento presión al quedar poco tiempo para cumplir un plazo de entrega me concentro más.

Bueno, os preguntaréis muchos, siendo el estrés algo tan positivo, ¿cómo es que se puede convertir en un problema? Como todo en la vida, los extremos son los que complican la existencia. Si estamos demasiado relajados o demasiados inquietos es cuando pueden surgir complicaciones.

En momentos en los que tenemos que hacer muchas cosas a la vez o vemos que no tenemos capacidad o recursos suficientes para resolver una tarea, puede aparecer un exceso de estrés que afecte negativamente a nuestro rendimiento. Al verme metido en alguna de estas circunstancias es posible que me bloquee, me enfade, me desconcentre o me muestre errático.

Y cuando estoy demasiado tranquilo, ¿por qué mi mente y mi cuerpo no van a dar lo mejor que tienen? Nuestros recursos afloran cuando el organismo siente que los necesita. Si no hay señal de alarma, ¿qué sentido tiene malgastar energía? Recordemos que en la naturaleza rige la ley del mínimo esfuerzo, no del máximo…

El estrés y la productividad guardan una relación de U invertida. El rendimiento es máximo cuando tenemos niveles intermedios de estrés. Si los niveles de activación son demasiado bajos o demasiado elevados, la productividad se resiente. Estos puntos intermedios son individuales, cada persona debe encontrar el nivel de tensión en el que mejor se desenvuelve. Eso es parte del trabajo de conocerse a uno mismo, entender la tensión que necesito para trabajar en mi nivel óptimo.

Hay dos variables a tener en cuenta para gestionar los niveles de estrés:

  1. Las situaciones potencialmente estresantes
  2. Las características de la persona

Básicamente, este planteamiento nos lleva a decidir si debo cambiar las circunstancias o cambiar yo. En general, las situaciones en sí mismas no son estresantes porque todo depende en buena medida de cómo lo viva el individuo. Dicho esto, no es menos cierto que hay situaciones que tienen muchas posibilidades de que generen estrés en la mayoría de la población. Por ejemplo, si ves venir un tsunami, por muy tranquilo que seas y por muy en sintonía que estés con el universo, lo más probable es que al menos algo inquieto te pongas. O si ves que el sofá empieza a arder, potencial de estrés sí que parece que tiene la situación. Pero hay gente para todo…

Por lo tanto, hay situaciones que casi objetivamente nos van a provocar estrés. Sin embargo, hay otras muchas, la mayoría de las que vivimos cotidianamente, que dependerán de cómo nos lo tomemos. El jefe acaba de decir que sobramos el 50% del equipo. Ante la noticia, unos se ponen a gritar desesperados y otros siguen trabajando para ponerse por la noche a buscar trabajo tranquilamente por si vienen mal dadas. A otros les invadiría un estrés positivo que les permitiría dar lo mejor de sí mismos para que no les incluyeran en la lista negra.

Una de las ideas poderosas en la gestión del estrés es tomar conciencia de que uno siempre puede hacer algo para no dejarse arrastrar por las circunstancias. Eso de decir “tú me estresas” o “no me estreses” es poner el locus de control fuera y no asumir ninguna responsabilidad en nuestra manera de interpretar y vivir las cosas. Y siempre recomiendo empezar a trabajar el estrés por aquí, ayudando a la persona a hacerse responsable de sus emociones. Desde este punto de inicio, basado en establecer el locus de control interno ante la situación potencialmente estresante, sí que podemos empezar a desarrollar un plan para manejar más eficazmente el estrés cuando nos desborda. Pero desde el “yo no he sido” o “la culpa es tuya que me pones de los nervios”, es imposible avanzar. Mientras sigas echando balones fuera no madurarás. Sí, así es, mucho estrés se debe a la falta de madurez, a que no hemos aprendido a gestionar nuestras reacciones frente a la incertidumbre, los momentos difíciles o ante nuestras propias limitaciones.

Y, para mí, la solución no está en el yoga, el retiro espiritual o en hacer “puénting”. Todo eso puede hacernos bien, siempre y cuando tengamos controlado el estrés, no como solución al mismo. El reto está en modular el estrés en las situaciones donde actualmente lo padezco, no huyendo del mundo cruel. Por tanto, deberíamos aspirar, por ejemplo, a poder pensar cuando todo el mundo me está mirando, sentirme seguro cuando hablo con mi jefe, discutir con inteligencia cuando me llevan la contraria, sentirme fluido cuando hago un examen, etc. Y es que he observado que las personas que huyen de las situaciones donde se estresan y se refugian en el fin de semana, las vacaciones o la meditación, cada vez quieren fines de semana más largos, más días de vacaciones o meditar durante mayor número de horas. Y no considero que eso aumente nuestra calidad de vida. La solución pasa por adoptar estrategias de afrontamiento, no de huida. Cuanto más nos alejamos, más lejos queremos estar. Y todo ello debido al contraste perceptivo: cuanto mejor es el fin de semana, peor lo llevo de lunes a viernes. Cuando todas mis esperanzas están en las vacaciones y solo soy feliz en ellas, más tediosa e insoportable me resulta la jornada laboral. Quieres parecer más guapo, ponte al lado de uno más feo… el contraste perceptivo es infalible (hablaremos de ello en otra ocasión).

En resumen:

  • El estrés es positivo siempre que lo mantengas en niveles moderados.
  • Las situaciones no son en sí mismas estresantes. Depende en buena medida de la forma en que cada uno las vive.
  • No huyas de los momentos cotidianos en los que te estresas, afróntalos y aprende a modular tu estrés in situ. Vete a hacer yoga o a montar en bici después.

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